lunes, 24 de marzo de 2008

Savia

Establecer la frecuencia de la duda puede resultar un artificio manipulable y por ende, siempre generoso. Salvo por las noches en que su exorcismo es casi una misión. No sin renuncia, el paladar se acostumbra al caldo amargo, espeso, nauseabundo. Antes o después (porque la magia carece de rigidez) la razón se anula, el cuerpo es despojado de voz. Sólo una estela de agua oculta la luna, testigo único de esa garganta que expulsa los miedos hasta el ardor. Ahora su risa llega detrás de unos arbustos, sin rostro, intangible; se eleva y funde con las flores de indefinible color. Tendida su alma sobre el frío de las piedras, es cárcel y es abismo de esa lucha interna, equitativa, ignota del azar y sin premura. El sueño (otra vez, y sólo él) decide su llegada, pesado aunque intermitente, crudo y visceral. Y en un despertar confuso, el sol brilla intenso sobre una geografía de imposible descripción. Inconmesurabilidad de espacio y tiempo, los poros dispuestos a toda esa energía. Amanecer irrepetible. Fractura.

1 comentario:

Alan Murray dijo...

Me placen más tus versos.

Alan Murray